lunes, 19 de noviembre de 2007

La vida no me sonríe, se descojona


Subo al tren rumbo a casa, me siento (si es posible al lado de la ventana y en la dirección del tren), miro a la gente que me rodea, abro el libro y empiezo a leer, al poco desvío la mirada de lo que estoy leyendo y miro por la ventana, observo las casas que pasan, la gente, el paisaje y viene a mi un pensamiento que se repite desde hace mucho: qué hará tal persona (esa que vive en esa casa que acabo de ver pasar), qué pasará por su cabeza, qué problemas tendrá, por qué pensará de esa manera, ... sigo observando y el sonido del tren me devuelve a la realidad. Vuelvo la vista al libro y continúo con la lectura.

Al poco me vuelvo a parar y miro a la persona que está delante, a las personas que acaban de entrar. Es una mirada con intención; con la intención de comprender que cada persona es un mundo, que cada persona es distinta, que cada persona merece la pena, que cada persona tiene su historia, que... yo podría ser esa persona. Una persona muy distinta a la que soy y, a la vez, muy igual.

Distinta en la manera de pensar, igual en la manera de sentir. El mismo dolor cuando pierdes a alguien querido, el mismo placer cuando obtienes lo que quieres, la misma nostalgia de l@s amig@s que están lejos, la misma alegría cuando te dan una buena noticia, la misma tristeza cuando alguien te falla, la misma tristeza cuando tú fallas...

Un sonido estridente me devuelve nuevamente a la realidad del tren, al libro de mis manos. Se cierran puertas y el que corría presuroso por entrar asume que tendrá que esperar al siguiente tren y se pregunta porqué el tren no habrá esperado un poco más. El que va dentro se pregunta por qué el tren tiene que esperar tanto en cada parada.

En este ir y venir de paradas, personas, ruidos y conversaciones ajenas llega el tren a mi destino. Me bajo, el tren se marcha y en ese momento pienso que yo, ahora mismo, en este preciso instante, soy feliz... que realmente la vida no me sonríe, se descojona.

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